sábado, 6 de octubre de 2012

La abuela de mi amiga

La recuerdo siempre repeinada; recién levantada con una redecilla en el pelo para evitar que los rizos gruesos de su pelo corto se estropearan durante la noche; la cara con arrugas marcadas pero con un rostro tan suave que, al darte un beso, te acariciaba sin ser ella especialmente dada a las muestras de afecto. 
La recuerdo siempre limpia. Oliendo a una colonia que no sabría identificar ahora, mezcla de jabón de tocador y suavizante para la ropa. Y con sus batas, oscuras casi siempre, supongo que por esa coquetería femenina que nos hace querer parecer más estilizadas. Le sobraban algunos kilos que, sin embargo, no impedían que se moviera de un lado a otro con un bamboleo divertido y travieso. Recuerdo que hacía pequeños vasitos de Duralex de café con leche y mucha azúcar y los congelaba...era mi postre preferido y a mi me sorprendía que a mi familia no se le hubiera podido ocurrir ese portento de reposteria fina. 
Ella se reía cuando yo le decía que no había nada más bueno y me llamaba exagerada y supongo que nunca me creyó pero nunca he vuelto a saborear nada igual.
En Semana Santa nos hacía "arroz con duz", que nunca supe bien qué era y que ahora, gracias a Internet, he sabido diferenciarlo del arroz con leche tradicional. Se pasaba la mañana entera haciendo rosquillas, pestiños y hojuelas que su nieta y yo devorábamos con ese hambre de los trece años que hace que parezca que se va a acabar el mundo. Y siempre tenía queso en su nevera y cosas ricas que a mi me parecían manjares.
La recuerdo bajita, sonriendo y diciendo palabrotas y picardías que a mi me sorprendían viniendo de una mujer mayor. Mi abuela lo máximo que llegó a decir fue "cóncho" y yo me tapaba los oídos.

Murió hace tiempo ya pero sigo recordándola, con su redecilla, su olor, sus arrugas marcadas y sus postres caseros. Y recuerdo sus besos suavecitos.
Se llamaba Josefa y me gusta recordarla.

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