miércoles, 6 de enero de 2016

No, nunca fue realmente consciente.
Sabía que algo en su vida no encajaba, que ciertas cosas no ocurrieron cuando debían ni con quien debían. Que "AQUEL" no debió ser protagonista de una infancia ni de una primera y segunda adolescencia. Que no debió manipular una primera madurez. Que debió cerrar la boca cuando ella alzó la suya en una queda protesta que, ante su rebatimiento, quedó en agua de borrajas.

Y todo quedó en el "cuarto de atrás", que diría Martín Gaite. Sensaciones, vivencias y experiencias traumáticas que, de un plumazo, aparcó en algún lugar recóndito de la memoria, a oscuras, tapadas con mantas de olvido y cajas de desconsuelo. 
Nadie, casi diría que ni ella misma, sabría nada. Todo quedaría oculto. Quizá fuera normal; quizá el despertar real a la vida era eso. Sí, se convencería; se diría a sí misma que ciertos comportamientos adultos con una menor eran poco menos que normales. Los tacharía de "aprendizaje", de "entrenamiento"... ¡Qué suerte tenía de que un adulto le enseñara "los procelosos caminos hacia la lujuria adulta"!

Ella se convertiría en una aventajada con respecto a sus contemporáneas. Podría contar con todo lujo de detalles lo que significaba "abordar el mundo adulto". Ella sería la reina, el "perejil de todas las salsas", el muerto en el entierro y el bebé en el bautizo. 

¿A qué precio?

Y llega un día, recién entrados los cuarenta, que le da por pensar. Que imagina otra infancia, otras "primeras experiencias", otras personas (de su edad, en este caso) que le dan la mano y le conducen, sin manipulación alguna, hacia su segunda etapa. 
Y piensa, dice. 
Y donde veía el rostro de una persona desinteresada en sentimientos y actitudes, ve un monstruo de la manipulación; donde veía un "héroe", ve ahora a un villano que aprovechó la inocencia para saciar ansias ocultas y (supone), desviaciones varias. Donde veía un familiar ejemplar, ve ahora a un depravado que a punto estuvo de cambiar el curso de su vida. 

Y el día que expresa en voz alta lo que lleva tiempo dejando sólo en su interior, se quiere morir de verguenza. Teme las reacciones. Le aterran los comentarios que pudieran ser voraces. Le horroriza que la culpen porque, en el fondo, se siente culpable.

Y le destroza el alma la connivencia de "la otra parte", de esa parte a la que tanto amaba, de esa parte que juró y perjuró sobre "el lecho de alguien" que la protegería, la amaría y la llevaría por el buen camino". 

Esa otra parte que no supo, no pudo, no logró su objetivo. Las ganas, a veces, no se traducen en logros. Lo intentó, sí...pero de necias maneras. 
Aún así...y en el fondo, ella guarda un cariñoso recuerdo.

Cuesta una vida ser consciente de los hechos, de las vivencias; cuesta un mundo saber que lo que parecía inmaculado fue, en realidad, oscuro y depravado. Cuestan horas de reflexión saber que no todos somos buenos; que la sangre tira...hasta que alguien la contamina; que la familia te viene impuesta, como a ella le impusieron a "AQUEL". 
Y ahora es adulta, mujer y responsable; sensata, cuerda y trabajadora; lujuriosa cuando se tercia...doméstica cuando se acumula plancha. 

Amante, amiga, compañera, socia; amable, dulce, combativa a veces.
Comprensiva y compasiva, batalladora y terca, cuando se tercia.
Pero, lamentablemente, no olvida. No puede olvidar, aunque lo pretenda. 
Decepción en estado sumo. ¿Por qué a ella, que tanto le adoraba?

¿Con qué se queda? Con ellos... con los que una vez contado la creyeron, estuvieron a su lado y siguieron ahí mientras ella se espantaba los monstruos oníricos, mientras apartaba pesadillas y daba manotazos a recuerdos que se creían olvidados.

En el fondo, no importa tanto que te crean (que también); lo que importa es ser consciente -por fin-de que aquello que la pequeña pre-adolescente vivió no era "lo normal". Y poder expresarlo por fin con palabras. 
Y desterrarlo por fin y para siempre al "cuarto de atrás".


jueves, 29 de octubre de 2015

Lo que te cambian

Siempre supe que si tenía uno, lo amaría, porque siempre me gustaron, porque los adoré desde el momento mismo en que puse mis "dos patitas" en este mundo, como ellos ponen sus cuatro. Supe que complementaría soledades cuando las tuviera e incrementaría la felicidad cuando la sintiera.
Circunstancias de la vida (trauma paterno con un canario que murió joven, incomodidades de vivir en un piso en Madrid, E-T-C...E-T-.C...(dicho esto último con retintín, que no con "Rintintín", que ese era otro), hicieron que nunca tuviera, que lo máximo que consiguiera fuera un conejo que olía a rayos y que terminaron papeándose los porteros del edificio y dos tortugas que, ajenas a mi desconocimiento del ciclo de "hibernación", acabaron en el cubo de la basura con las raspas del pescado y el envase de Frixia (entonces no se reciclaba, me disculpen).
El mosqueo de mi hacedora fue monumental...quizá no tanto porque "asesinara" a los quelónidos (coñe, que se note que estudié en frente de un colegio de pago), como porque desconociera la "peazo" siesta que se echaban los tortugos esos hasta casi bien entrado abril. ¡Yo qué sabía! ¡No lo había dado en el cole!
El caso es que suplí mi falta de "ellos" con dos hamsters (uno suicida), dos jerbos (imposible narrar la experiencia...los dos seres más aburridos y malolientes del planeta), y un Furby (marca registrada) que mi santo tuvo a bien regalarme "pa callarme la boca". Pretendía el muchacho que escuchar a ese bicho decir "agá tutúa ta te ga gá" satisfaría mis ansias "mascotiles". Huelga decir que el Furby en cuestión fue desatornillado y destripado de sus pilas Alkalinas AAA++. Ahora me mira inerme desde una estantería. Da miedo. Me recuerda al payaso de Poltergeist.
El caso es que cuando cumplo 46 veranos y ya casi perdida la esperanza de tenerlo/la, el mismo santo que se gastó 60 euros en un Furby aparece en casa con lo que yo considero un "conejo", viéndolo a través de la rejilla del trasportín. La "jodía" estaba de culete y sólo le veía un pompón blanco que la asemejaba a un lepórido (que se note, de nuevo, lo del colegio). Cuando esa miniatura se dio la vuelta y me miró...yo la miré...ella me miró...yo la miré...ella se hizo pis...y yo empecé a desaguar también, esta vez por los ojos sintiendo que uno de los sueños (frívolos, lo sé) de mi vida se hacía realidad por fin (como Fernando Alonso, vamos...."It's a dream come true")

Se llama Shira. Es "pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no lleva huesos..." (Juan Ramón Jiménez dixit) (ah, y no es un burro, es una perri).
Y complementa soledades e incrementa felicidades.
Y come papel higiénico. Y lo distribuye por la casa. Y a veces evacúa donde no debe. Y micciona  también (estaréis todos como locos buscando el colegio en el que estudié, lo sé. Qué verbo tan enciclopédico, qué control del idioma...qué pedante eres, Montero).

Pero ante todo y sobre todo, la pequeña me hace feliz.

domingo, 2 de junio de 2013

Y te levantas una mañana y te das cuenta de que lo ves todo torcido, que parece que esa madrugada los hados, hadas, gnomos o hijos de puta de la noche han conspirado para dar un empujón al eje de tu cara y desplazarlo ligeramente. Piensas en ese momento que no es real, que es un sueño; incluso te pellizcas con el deseo de que no sea más que una pesadilla. Pero no. El eje se ha torcido. Hoy no va a ser un buen día.
Se te pasa una escena por la cabeza, y una situación, y una posible realidad. Pasan los minutos y la escena se agranda, la situación tiende a desbocarse, intentas negar la posible realidad. Todo desde la asimetría, la desigualdad, la inclinación. El miedo.
Intentas buscar una explicación que ignoras, intentas mover finos hilos imaginarios que crees que pueden combatir el efecto que ves ante el espejo...nada.
Empiezas a aceptar que algo no va bien. Y efectivamente te dicen que algo no ha ido bien pero te hablan de mejoría, de recuperación
Y entonces ya...viendo mi eje torcido es cuando cojo el espejo y lo ladeo.
¡Perfecta!

domingo, 12 de mayo de 2013

El abandono

La simple palabra "abandono" tiene muy mala prensa. Pensamos en dramas, lágrimas, llantos desaforados, gestos excesivos o contenidos.
Pensamos en abandono y se nos viene a la cabeza la imagen de "Él nunca lo haría"...el perrito con cara de pena en medio de una carretera solitaria pidiendo ayuda con su mirada perdida.
Hablamos de "abandono" y algo se nos rasga por dentro (y no precisamente las vestiduras)...nos enfrentamos al dolor, a la desazón, a la soledad absoluta, a la pérdida de ese ser que era querido y que, de repente, pasa a ser el más odiado del planeta precisamente por eso...por abandonarnos. Abandono también es lo que hace el que se va para siempre, el que deja de luchar contra una enfermedad porque ya no le dan las fuerzas y se rinde. "Me ha abandonado", decimos...."me ha dejado", nos lamentamos.
El abandono es feo, es malo, es perverso, es nuestro enemigo.
¿Pero por qué no pensamos en "abandonarnos"? Es otro tipo de abandono... el que sentimos desde dentro, el que nos permite, en un proceso lento y pausado dejar una parte de nosotros (un mundo real) para ingresar en una realidad paralera, un mundo alternativo, una situación placentera.
En ese abandono podemos cerrar los ojos y dejarnos llevar, hacer, manipular, acariciar, arañar, morder...todo es válido, todo es legal, todo es justo...todo es abandono. Nadie llora a nadie, nadie se despega de nadie, ni nadie quiere sacar los ojos de un posible culpable. El abandono al que me refiero aquí no lastra, no provoca traumas, no cargamos con él el resto de nuestras vidas.
Es una situación puntual en la que dejas de ser tú para ser tu "alter ego", tu yo más salvaje, más animal, más personal. Una situación en la que, cuando abres los ojos , sientes que un trozo de tu vida ha pasado por delante de ti sin haber sido consciente y sin haber querido serlo. Abandonas ese mundo real para acceder a un mundo alternativo breve e intenso del que sales invicta y poderosa. Brava. Mujer.
Y ese abandono no da miedo, ni tristeza. Ese abandono es presagio de muchos más. En ese abandono sí queremos abandonarnos. Y perdernos.
Y no encontrarnos.




martes, 19 de marzo de 2013

25 años de despedida

Pues por esas cosas de la vida de ser original decidiste hacer el hatillo y dejarnos un día como hoy, 19 de marzo, día del Padre...así, con mayúsculas. No podía haber sido el día de San Cirilo o el de Santa Rufina, santos estos que no atañen en nada a la familia. No. Tú pensaste: "Si me voy, a lo grande". ¡Joé, papá, que era el día del padre! Que nos acabábamos de meter entre pecho y espalda una "super-comida-de-mamá-para-ocasiones-especiales", regada con un vino tinto que tu cardiólogo había dicho ese mismo día que era "ideal" para tu recién estrenada válvula (mitral, tricúspide, aórtica o pulmonar...perdona que no lo recuerde ya).
Justo hoy hace 25 años vino tu médico a casa y te dijo (que estaba yo delante): "Mariano, vete olvidando de la baja que para dentro de ocho días te doy el alta y vuelves al tajo". Y tú debiste pensar: "Llevo trabajando desde los siete años, sacando adelante a mi madre viuda y a mi hermano pequeño; sufriendo por mi pequeña que me nace medio rota y alentando la carrera profesional de mi mayor; luchando contra los sinsabores de un banco que no me da sino disgustos. Mi Carmen se puede desenvolver ya sin mi y si no, tiene al niño que le ayude..
"Yo me voy" debiste pensar. Antes que volver a sufrir por el activo y el pasivo del banco, antes que dolerte por tu "Cara" (Carabanchel F.C)  y por tu Real Madrid, antes que penar por Rumasa y Ruiz-Mateos, antes que angustiarte por mil cosas, digo...debiste pensar: "Perdonadme, pero me voy"

Y te fuiste.

Y, ¿qué quedó? Pues tres caras y tres corazones "a cuadros" que no terminaban de entender qué había pasado. Muchas preguntas, ninguna respuesta (ni científica ni de las otras) y muchas, muchas dudas.
Y pasaron los años. Y te  hicieron suegro y abuelo por partida doble. Y el mayor y yo decidimos hablar mucho de ti para que no quedaras en el olvido, para que "los  nuevos" supieran que eras querido, admirado y original....tan original que te despediste de nosotros un 19 de marzo, día del Padre.
Porque eso fuiste siempre.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Happy fifty!

Y a lo tonto, a lo tonto me ha cumplido 50 "tacos". 
Mi recuerdo más antiguo de él debe remontarse a mis cuatro y sus once: Yo un mico que apenas empezaba a andar (ya sabéis, para algunas cosas preferí tomarme mi tiempo) y él un pollo pre-adolescente que aún se preguntaba qué demonios hacía ese pedacito de carne que llegó cuando él era el príncipe absoluto de su casa para destronarle con sus lloriqueos, sus "tullideces" y su condición de "la niña". Pero se lo tomó muy bien para lo que podía haber sido.

Le recuerdo siempre a mi lado por mucho que le incordiara. Me gustaba acompañarle cuando estudiaba y me iba a su habitación aun cuando la mía también tenía secreter, flexo y todo lo necesario. Pero la suya tenía luz natural y, sobre todo, calidez. Por mucho que me regañara cuando en aquellos problemas de matemáticas que él intentaba explicarme yo no diera ni una, yo prefería mil veces aprenderme el catecismo de "memorieta" a su lado e ir a que me tomara la lección (recién aprendida) y que me dijera: "Vale,  ahora te vas y te esperas media hora a que te pregunte"....Grrrrrr. 
Aun recuerdo lo mal que me sentaba. ¡No era justo! ¡Yo me había aprendido lo de "Dios es nuestro Padre, creador y señor de todas las cosas...." para que me lo preguntara en ese momento.... ¡¡¡no media hora después!! Siempre fue listo.

Le recuerdo prudente con mis primeros amores. Sabedor de los que eran (decenas a la semana) observaba y callaba ante unos papis a veces excesivamente protectores e intentaba ocultar algún "desliz etílico" sin dar, jamás, ningún sermón ni reprimenda posterior.

Le recuerdo protector y cálido cuando se fue él y luego se fue ella. Siempre a a la distancia correcta, sin agobiar ni ser distante. Donde tenía que estar, donde él sabía que debía estar. 

Como se comportó conmigo se comporta ahora como padre: Divertido, mediador, interlocutor, paciente, recto, cariñoso, reflexivo, ganso, influyente y protector en su justa medida. Ellos tienen la inmensa suerte de disfrutar de algo parecido a lo que yo viví... una habitación con un flexo cálido al que acudir cuando hay una duda, un secreter en el que exponer un problema de matemáticas o de la vida, un abrazo inmenso que consuele de un día un poco gris o una risa floja que te haga llorar de la idem. Ellos y yo tenemos la misma suerte.
Y ella siempre a su lado. Siempre al mío también. Sin concebir nada de esto sin ti.

Y a lo tonto, a lo tonto me ha cumplido 50 años que, realmente, son 43... los que yo tengo, los que hace que le conozco, los que hace que le disfruto, vivo y comparto. Los que hace que le quiero.

Y quiero quererle muchos lustros más.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuando las gaviotas lloran....

Hay novelas que marcan.
Cuando terminas de leerlas suspiras, te  emocionas o sonríes. A veces estás en desacuerdo con el final o te parece que el argumento carece de fuerza. Un personaje u otro te llegan especialmente aunque el protagonista te haya dejado fría por mucho que le guste a todo el mundo.
Hay novelas que te llegan muy dentro y te remueven; hacen saltar las alarmas internas que te indican que estás viva y que lo que estás leyendo te mueve y te hace vibrar. Son novelas que tocan fibras... que tocan emociones.
Y hay novelas que, además, haces tuyas. Son relatos que, releídos una y otra vez, te sorprende no haberlos escrito tú misma; lees frases que parecen recién extraídas de tu propia vida y sientes un escalofrío cuando llegas a una frase que describe exactamente lo que tú estás viviendo-sintiendo-queriendo decir.
Hace poco tiempo he terminado de leer algo así. En la era de los formatos digitales, esta novela sería la sensación: Mezclando gráficos, música, incluso interacción con el lector consigue que te adentres en un mundo de ficción que tiene mucho de realidad. Los amores y desamores distan mucho de las grandes tragedias sobrepasadas; las amistades son puras, las lealtades forjadas a hierro y la música sobrepasa los sentidos. 
He tardado casi un año en terminarla. Es de esas novelas que quieres entender bien, que no quieres dejar pasar un párrafo sin haberlo comprendido, ni dar por entendido un concepto desconocido hasta el momento. Y  ha merecido la pena. 
Nadie cambia cuando lee una novela, un relato...ni siquiera un artículo de periódico. Pero una novela sí puede hacerte recapacitar, pensar o despertar. Puede hacerte sentir la magia o hacerte creer que puedes comerte el mundo. Todo depende de los ojos con los que la leas. "Los ojos que hacen que veas un océano gris con el más azul de los azules". O los ojos que te hagan sentir que "la verdad no puede verse sin amor".