No, nunca fue realmente consciente.
Sabía que algo en su vida no encajaba, que ciertas cosas no ocurrieron cuando debían ni con quien debían. Que "AQUEL" no debió ser protagonista de una infancia ni de una primera y segunda adolescencia. Que no debió manipular una primera madurez. Que debió cerrar la boca cuando ella alzó la suya en una queda protesta que, ante su rebatimiento, quedó en agua de borrajas.
Y todo quedó en el "cuarto de atrás", que diría Martín Gaite. Sensaciones, vivencias y experiencias traumáticas que, de un plumazo, aparcó en algún lugar recóndito de la memoria, a oscuras, tapadas con mantas de olvido y cajas de desconsuelo.
Nadie, casi diría que ni ella misma, sabría nada. Todo quedaría oculto. Quizá fuera normal; quizá el despertar real a la vida era eso. Sí, se convencería; se diría a sí misma que ciertos comportamientos adultos con una menor eran poco menos que normales. Los tacharía de "aprendizaje", de "entrenamiento"... ¡Qué suerte tenía de que un adulto le enseñara "los procelosos caminos hacia la lujuria adulta"!
Ella se convertiría en una aventajada con respecto a sus contemporáneas. Podría contar con todo lujo de detalles lo que significaba "abordar el mundo adulto". Ella sería la reina, el "perejil de todas las salsas", el muerto en el entierro y el bebé en el bautizo.
¿A qué precio?
Y llega un día, recién entrados los cuarenta, que le da por pensar. Que imagina otra infancia, otras "primeras experiencias", otras personas (de su edad, en este caso) que le dan la mano y le conducen, sin manipulación alguna, hacia su segunda etapa.
Y piensa, dice.
Y donde veía el rostro de una persona desinteresada en sentimientos y actitudes, ve un monstruo de la manipulación; donde veía un "héroe", ve ahora a un villano que aprovechó la inocencia para saciar ansias ocultas y (supone), desviaciones varias. Donde veía un familiar ejemplar, ve ahora a un depravado que a punto estuvo de cambiar el curso de su vida.
Y el día que expresa en voz alta lo que lleva tiempo dejando sólo en su interior, se quiere morir de verguenza. Teme las reacciones. Le aterran los comentarios que pudieran ser voraces. Le horroriza que la culpen porque, en el fondo, se siente culpable.
Y le destroza el alma la connivencia de "la otra parte", de esa parte a la que tanto amaba, de esa parte que juró y perjuró sobre "el lecho de alguien" que la protegería, la amaría y la llevaría por el buen camino".
Esa otra parte que no supo, no pudo, no logró su objetivo. Las ganas, a veces, no se traducen en logros. Lo intentó, sí...pero de necias maneras.
Aún así...y en el fondo, ella guarda un cariñoso recuerdo.
Cuesta una vida ser consciente de los hechos, de las vivencias; cuesta un mundo saber que lo que parecía inmaculado fue, en realidad, oscuro y depravado. Cuestan horas de reflexión saber que no todos somos buenos; que la sangre tira...hasta que alguien la contamina; que la familia te viene impuesta, como a ella le impusieron a "AQUEL".
Y ahora es adulta, mujer y responsable; sensata, cuerda y trabajadora; lujuriosa cuando se tercia...doméstica cuando se acumula plancha.
Amante, amiga, compañera, socia; amable, dulce, combativa a veces.
Comprensiva y compasiva, batalladora y terca, cuando se tercia.
Pero, lamentablemente, no olvida. No puede olvidar, aunque lo pretenda.
Decepción en estado sumo. ¿Por qué a ella, que tanto le adoraba?
¿Con qué se queda? Con ellos... con los que una vez contado la creyeron, estuvieron a su lado y siguieron ahí mientras ella se espantaba los monstruos oníricos, mientras apartaba pesadillas y daba manotazos a recuerdos que se creían olvidados.
En el fondo, no importa tanto que te crean (que también); lo que importa es ser consciente -por fin-de que aquello que la pequeña pre-adolescente vivió no era "lo normal". Y poder expresarlo por fin con palabras.
Y desterrarlo por fin y para siempre al "cuarto de atrás".
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