jueves, 29 de octubre de 2015

Lo que te cambian

Siempre supe que si tenía uno, lo amaría, porque siempre me gustaron, porque los adoré desde el momento mismo en que puse mis "dos patitas" en este mundo, como ellos ponen sus cuatro. Supe que complementaría soledades cuando las tuviera e incrementaría la felicidad cuando la sintiera.
Circunstancias de la vida (trauma paterno con un canario que murió joven, incomodidades de vivir en un piso en Madrid, E-T-C...E-T-.C...(dicho esto último con retintín, que no con "Rintintín", que ese era otro), hicieron que nunca tuviera, que lo máximo que consiguiera fuera un conejo que olía a rayos y que terminaron papeándose los porteros del edificio y dos tortugas que, ajenas a mi desconocimiento del ciclo de "hibernación", acabaron en el cubo de la basura con las raspas del pescado y el envase de Frixia (entonces no se reciclaba, me disculpen).
El mosqueo de mi hacedora fue monumental...quizá no tanto porque "asesinara" a los quelónidos (coñe, que se note que estudié en frente de un colegio de pago), como porque desconociera la "peazo" siesta que se echaban los tortugos esos hasta casi bien entrado abril. ¡Yo qué sabía! ¡No lo había dado en el cole!
El caso es que suplí mi falta de "ellos" con dos hamsters (uno suicida), dos jerbos (imposible narrar la experiencia...los dos seres más aburridos y malolientes del planeta), y un Furby (marca registrada) que mi santo tuvo a bien regalarme "pa callarme la boca". Pretendía el muchacho que escuchar a ese bicho decir "agá tutúa ta te ga gá" satisfaría mis ansias "mascotiles". Huelga decir que el Furby en cuestión fue desatornillado y destripado de sus pilas Alkalinas AAA++. Ahora me mira inerme desde una estantería. Da miedo. Me recuerda al payaso de Poltergeist.
El caso es que cuando cumplo 46 veranos y ya casi perdida la esperanza de tenerlo/la, el mismo santo que se gastó 60 euros en un Furby aparece en casa con lo que yo considero un "conejo", viéndolo a través de la rejilla del trasportín. La "jodía" estaba de culete y sólo le veía un pompón blanco que la asemejaba a un lepórido (que se note, de nuevo, lo del colegio). Cuando esa miniatura se dio la vuelta y me miró...yo la miré...ella me miró...yo la miré...ella se hizo pis...y yo empecé a desaguar también, esta vez por los ojos sintiendo que uno de los sueños (frívolos, lo sé) de mi vida se hacía realidad por fin (como Fernando Alonso, vamos...."It's a dream come true")

Se llama Shira. Es "pequeña, peluda, suave, tan blanda por fuera que se diría toda de algodón, que no lleva huesos..." (Juan Ramón Jiménez dixit) (ah, y no es un burro, es una perri).
Y complementa soledades e incrementa felicidades.
Y come papel higiénico. Y lo distribuye por la casa. Y a veces evacúa donde no debe. Y micciona  también (estaréis todos como locos buscando el colegio en el que estudié, lo sé. Qué verbo tan enciclopédico, qué control del idioma...qué pedante eres, Montero).

Pero ante todo y sobre todo, la pequeña me hace feliz.

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