Y te levantas una mañana y te das cuenta de que lo ves todo torcido, que parece que esa madrugada los hados, hadas, gnomos o hijos de puta de la noche han conspirado para dar un empujón al eje de tu cara y desplazarlo ligeramente. Piensas en ese momento que no es real, que es un sueño; incluso te pellizcas con el deseo de que no sea más que una pesadilla. Pero no. El eje se ha torcido. Hoy no va a ser un buen día.
Se te pasa una escena por la cabeza, y una situación, y una posible realidad. Pasan los minutos y la escena se agranda, la situación tiende a desbocarse, intentas negar la posible realidad. Todo desde la asimetría, la desigualdad, la inclinación. El miedo.
Intentas buscar una explicación que ignoras, intentas mover finos hilos imaginarios que crees que pueden combatir el efecto que ves ante el espejo...nada.
Empiezas a aceptar que algo no va bien. Y efectivamente te dicen que algo no ha ido bien pero te hablan de mejoría, de recuperación
Y entonces ya...viendo mi eje torcido es cuando cojo el espejo y lo ladeo.
¡Perfecta!
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