jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuando las gaviotas lloran....

Hay novelas que marcan.
Cuando terminas de leerlas suspiras, te  emocionas o sonríes. A veces estás en desacuerdo con el final o te parece que el argumento carece de fuerza. Un personaje u otro te llegan especialmente aunque el protagonista te haya dejado fría por mucho que le guste a todo el mundo.
Hay novelas que te llegan muy dentro y te remueven; hacen saltar las alarmas internas que te indican que estás viva y que lo que estás leyendo te mueve y te hace vibrar. Son novelas que tocan fibras... que tocan emociones.
Y hay novelas que, además, haces tuyas. Son relatos que, releídos una y otra vez, te sorprende no haberlos escrito tú misma; lees frases que parecen recién extraídas de tu propia vida y sientes un escalofrío cuando llegas a una frase que describe exactamente lo que tú estás viviendo-sintiendo-queriendo decir.
Hace poco tiempo he terminado de leer algo así. En la era de los formatos digitales, esta novela sería la sensación: Mezclando gráficos, música, incluso interacción con el lector consigue que te adentres en un mundo de ficción que tiene mucho de realidad. Los amores y desamores distan mucho de las grandes tragedias sobrepasadas; las amistades son puras, las lealtades forjadas a hierro y la música sobrepasa los sentidos. 
He tardado casi un año en terminarla. Es de esas novelas que quieres entender bien, que no quieres dejar pasar un párrafo sin haberlo comprendido, ni dar por entendido un concepto desconocido hasta el momento. Y  ha merecido la pena. 
Nadie cambia cuando lee una novela, un relato...ni siquiera un artículo de periódico. Pero una novela sí puede hacerte recapacitar, pensar o despertar. Puede hacerte sentir la magia o hacerte creer que puedes comerte el mundo. Todo depende de los ojos con los que la leas. "Los ojos que hacen que veas un océano gris con el más azul de los azules". O los ojos que te hagan sentir que "la verdad no puede verse sin amor". 


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